
Título: ‘A ciegas’
Autor: Josh Malerman
Editorial: Minotauro
Traducción: Miguel Antón
Año: 2015
ISBN: 978-84-450-0234-6
Nº de páginas: 288
«Hay algo ahí fuera. Nadie sabe qué es ni de dónde viene. Cinco años después de que diera comienzo la pesadilla, los pocos supervivientes que quedan viven refugiados en el interior de sus casas. Malorie decide emprender un viaje por el río hacia un lugar mejor, junto a sus hijos. En esta peligrosa odisea, Malorie sólo podrá confiar en su instinto y en el entrenado oído de los niños, que no tardarán en descubrir que algo los sigue, pero ¿qué es?».
En mi lista de libros pendientes por invitación —en este caso ePub, ya que la editorial Minotauro decidió no enviármelo físicamente al saber que resido en Canarias—, se encontraba A ciegas (título original Bird Box. Don’t open your eyes), primera novela del vocalista y compositor Josh Malerman, que no había empezado a leer ya que prefiero el papel o Kindle, pero que se presentó como una más que válida opción para una ida en avión Tenerife- Barcelona; de hecho, me enganchó de tal forma que lo acabé en mitad del trayecto de vuelta.
Clasificada como narrativa de terror —un corsé que le queda un poco grande, en mi opinión—, es una de esas obras en las que no suelo reparar, no solo porque tiene tufillo a best seller (cabe aclarar no juzgo los libros por estar o no entre los más vendidos), sino también porque mis referentes del horror son los clásicos tales como H.P Lovecraft o mi escritor de culto Edgar Allan Poe. La mayoría (que no todos) de los autores contemporáneos recurren a los clichés, y la narrativa suele ser superficial y focalizada en la sangre y vísceras para impactar, y no en los personajes, ambientes y, por supuesto, en la trama y sus ramificaciones. No obstante, Malerman no es pretencioso: es honesto con sus capacidades y correcto en su forma —estupenda la traducción, por cierto—. De ahí que su lectura sea trepidante y, sobre todo, adictiva, gracias a la no linealidad del relato.
Pero dados mis peculiares gustos, me sorprendió y me pregunté cómo generó en mí la necesidad de seguir leyendo. Quería y esperaba más al final, y es cierto que sentí algo de desasosiego al llegar al punto y… ¿final? Quería saber si Malorie y sus pequeños de oídos prodigiosos —si fuesen músicos tendrían oído absoluto, ;)— llegarían a su destino. La respuesta estaba clara: la supervivencia. Desde que Robinson Crusoe (Daniel Defoe, 1719) me dejara sin aliento en mi infancia, es un tópico que me interesa (al margen de The Walking Dead, Soy leyenda o incluso el Tomb Raider de Crystal Dynamics, je).
Sí es cierto que se palpa en la historia de A ciegas una ligera reminiscencia a Ensayo sobre la ceguera (1995), de José Saramago. Pero en esta última, la ceguera es repentina, sin ningún tipo de elección. También en la primera no hay otra alternativa: hay que cerrar los ojos al mundo, sumergirse en las tinieblas para escapar a la inevitable locura: «En Internet lo llaman el Problema. Existe allí la creencia extendida de que sea cual sea el Problema, definitivamente se produce cuando una persona ve algo» (pág. 27). Pero ese algo, que enloquece a quienes han tenido la desventura de observarlo, se puede esquivar anulando uno de los sentidos esenciales tanto para humanos como para algunos animales: la vista. Y aquí entra en juego la consabida y manida capacidad de la adaptación, utilizada constantemente en la literatura apocalíptica.
Malerman, que según algunos críticos estadounidenses podría recoger el testigo de Stephen King, pero de prosa ligera e inteligible —esto último lo piensa servidora—, no especifica la temporalidad, pero es fácil deducir que todo transcurre en la era digital: «(…) no tardó en convertirse en uno de los temas más comentados en todas las redes sociales. En esa ocasión la noticia iba acompañada de imágenes de video» (pág. 17). Aunque solo las cita una vez, sí relata cómo cualquier hecho, principalmente si es macabro, se viraliza rápidamente gracias a los teléfonos inteligentes y a los expertos de turno que, desde sus tribunas virtuales, especulan aumentando alarma social. Nunca faltan a la cita.
«El hombre es la criatura a temer» (pag. 184)
Confiar en desconocidos cuando el mundo se hace añicos; recorrer un tortuoso camino a ciegas con la vana esperanza de encontrar un refugio seguro; descubrir que que somos capaces de lo que sea por recuperar el concepto de normalidad; estos, entre otros son temas recurrentes pero bien trabajados en el texto. Totalmente acorde a su género (aunque parece un thriller psicológico con tintes fantásticos), cumple a la perfección lo que se le pide: entretener mediante el suspense. Recomendable.